25.12.07

Noche buena, noche de luna llena



En principio jugaba con la idea de fotografiar una serie sobre la huachafería navideña que abunda en mi barrio y, en toda Lima, con sus variantes socio-culturales-económicas. Todos estos santa clauses y renos saltarines y ángeles soplando trompetas, y la nieve y los pinos artificiales y cuanto objeto se relacione con este evento (todo copia de copia de la tradición nórdica, made in China). Cosas como éstas, por ejemplo





O estas chifladuras que la gente le hace a los árboles, enrollándolos con cadenas de luces intermitentes y aparatitos que emiten estúpidas cancioncitas de navidad. Jingel bell y Noche de Paz a no más poder. Sólo imaginarme en el lugar del árbol, siento enloquecer.


Pero el resultado fue pobre e irreparable, y pienso que lo hubiera sido igualmente con una cámara sofisticada. 

Ahora bien, ayer hubo un atardecer espectacular, con un cielo ya decididamente veraniego y las fotos que tomé, camino a Luna Pizarro, representaban, me pareció, viéndolos luego en la pantalla, mucho más un feeling navideño que cualquier decoración ad hoc.












Cruzando Castilla, a la altura de La Merced, siguiendo de frente, se alza este enigmatico y rarísimo edificio que no sé para qué es, ni qué alberga:


Aquí se abandona la zona residencial y se entra al turbio y tugurizado barrio de Venegas, donde una veredita de no más de medio metro conduce pegada al pie de las casas, de un solo piso casi todas, y confundiéndose con la angosta pista, donde pasan a toda carrera los carros en ambos sentidos, como si quisieran rápidamente dejar atrás este tramo. Todo esto no desanima a los pobladores pulular en colleras en dicha veredita, inclusive sentarse al borde, haciendo circular las chelas y pasarla bien. La mayoría de las casas están con las ventanas y puertas abiertas de par en par y desde adentro se escuchan risas y reggaetones. Cada cien metros, más o menos, las fachadas dan paso a un estrecho callejón mal iluminado que se pierde en la oscuridad (y al fondo del cual, más que ver, se huele una creciente miseria). O a un terreno baldío, que sirve de basural y donde husmean y escarban siempre varios perros y en cuyos recovecos se esconden los pasteleros. O a una construcción clausurada, con sus rincones orinados desde tiempos inmemoriales. Pasando un conjunto habitacional de los militares, fuertemente iluminado y resguardado, hasta llegar a la entrada enrejada de un parque, que es como llegar a la otra orilla y uno puede respirar de nuevo y relajarse. Y atreverse nuevamente a sacar la camarita que tenía bien guardada 
Al otro lado del parque empieza Luna Pizarro y una vida tradicional de barrio asentado.






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